lunes, 5 de agosto de 2013

SE EQUIVOCÓ LA PALOMA

De un tiempo a esta parte parece que la cantinela de cuantos son inculpados en algún asunto turbio es echar mano de la consabida expresión "me equivoqué".
Empezó nuestro monarca, cuando aquello de la desgraciada cacería de elefantes en un país con nombre de reino de fantasía en una película de Disney. Y, a partir de ese momento, como viendo una rendija abierta a la exculpación o a la excusa perfecta, se fueron lanzando por la misma todos cuantos, por una u otra razón, aparecían implicados en actividades consideradas, al menos, paradelictivas. El último en hacerlo ha sido el señor Rajoy a la hora de intentar aclarar su implicación en el tan cacareado asunto Bárcenas.
Ya está, se decía o le decían sus asesores legales, tú dí que te has equivocado y, como "errare humanum est" o dicho de forma más coloquial "el que tiene boca, se equivoca", pues asunto concluído. A ver quién en esta vida no ha cometido un error.
Y hasta ahí, todo correcto. Cierto es que evidentemente nadie puede alardear de no haber metido la pata en alguna que otra ocasión. Pero a este silogismo le falta una segunda premisa, sin la cual, el razonamiento deja de tener sentido: toda equivocación conlleva unas consecuencias que hay que pagar. Porque de no ser así las cárceles estarían vacías. Mire usted, señor juez, que yo no he matado a nadie es que me equivoqué y apreté con el dedo donde no debía y, claro, la bala salió disparada, pero sin querer.
¿Se imaginan ustedes si las negligencias profesionales o los errores de praxis médica quedaran zanjados con un simple reconocimiento de culpa por parte del facultativo correspondiente? Tiene usted, razón, señora, le he amputado a su marido la pierna que no era, pero, qué quiere usted, me equivoqué, caramba. A partir de ahora todos los ciudadanos, a imitación de nuestros políticos, podríamos zanjar nuestras discrepancias con la Administración utilizando la justificación del error involuntario y, como a ellos, esperar que no nos pase nada. Que te para un control de Tráfico y, al hacerte la prueba de la ingestión de alcohol, ésta da positivo, pues nada, señor agente, es que me equivoqué de botella y creí que estaba bebiendo cerveza 0,0. Que te quieren cobrar el IBI con recargo por haber pasado el plazo reglamentario, ¡me cachis! me equivoqué de fecha. Que Hacienda quiere revisar tu declaración del año anterior por no ajustarse a los datos que obran en su poder, ¡por Dios! es que me hice un lío con eso de sumar y restar y está visto que me equivoqué. Y así sucesivamente...
Sin embargo todos sabemos que no será así y que solo ellos, esa casta superior con privilegios ante la ley, que hacen y deshacen a su antojo, podrán argumentar el lapsus o el despiste como justificación de sus hechos sin que se derive de ello ninguna responsabilidad ni tengan que pagar ningún coste. Y, encima, adoptando una actitud de falsa honorabilidad calderoniana, de dignidad herida y sacando pecho, porque han sido capaces de reconocer públicamente su error, como si ése no fuera el primer requisito que se le supone a quien ostenta un cargo público: la honradez. 
Ya lo afirmaba y lo recreaba poéticamente nuestro Rafael Alberti. Aunque en ese caso, el asunto podía entenderse y hasta justificarse: se equivocaba una paloma y no todo un presidente del gobierno.

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