domingo, 29 de septiembre de 2013

UBI SUNT?

Esta expresión latina, que aparece como el nombre uno de los tópicos más clásicos de la literatura española y universal, hace referencia a cómo del tiempo lo destruye todo y cómo la muerte hace desaparecer de nuestra memoria a personas que parecían imperecederas. De ahí la trágica y tétrica pregunta: ¿dónde están?
Eso es lo que yo llevo preguntándome en estos últimos meses en los que la vida no nos ha sonreído demasiado ni a mí ni a mi familia y la enfermedad se ha convertido en una desagradable pero fiel compañera. ¿Dónde están todos aquellos que se llamaban mis amigos y con los que hemos compartido situaciones importantes, alegres o tristes, en los últimos años? ¿Dónde están quienes te aseguraban que siempre podrías contar con ellos porque el sentimiento de cariño y de aprecio que había nacido entre nosotros jamás podría terminar? ¿Dónde están aquellos con los que reí y lloré cuando así nos lo iba requiriendo la vida?
Ahora, miro hacia atrás y hasta pienso si todo no habrá sido un sueño, una entelequia mental que me hizo creer que era amistad lo que no era más que interés, conveniencia, falsería o, simplemente, hipócrita relación social. Por fortuna, siempre quedan los de verdad, los que yo llamo amigos "desodorantes", porque nunca te abandonan. 
Y la familia. Esa familia maravillosa que se va ampliando progresivamente y va incorporando nuevos elementos, grandes y pequeños, que enriquecen aún más, con su manera de ser, este tesoro del que me siento tan orgulloso.
Decía Juan Ramón Jiménez "y yo me iré y se quedarán los pájaros cantando..."  Y yo añado: Y se quedarán mis hijos, mis nietos, como testimonio irrefutable de que el amor es vida que fluye, crece, mana y se desborda en más vida; de que el amor es más fuerte que la enfermedad, el dolor, el sufrimiento y la misma muerte; de que el amor es la única razón de nuestra existencia; de que, como dice San Pablo, el amor todo lo perdona, todo lo entiende y todo lo disculpa.
Por todo eso, mi mujer y yo estamos realmente orgullosos. No hemos creado un imperio comercial, ni vamos a dejar en herencia haciendas, terrenos y vastas propiedades. No hemos podido aportar demasiado en el terreno económico para el despegue profesional de nuestros hijos o para la creación de su propia familia. No hemos sido capaces de tener esos ahorrillos que pudieran sacarlos de algún que otro apurillo financiero. Pero sí hemos conseguido que nuestra casa sea un auténtico hogar familiar donde se respire confianza, transparencia, sinceridad, respeto por las diferencias, libertad en la toma de decisiones y, sobre todo, capacidad de perdón.
A lo mejor, después de haber reflexionado sobre todo esto, tendría que cambiar el título con el que encabezaba estas líneas. Y, en lugar de interrogarme por el "ubi sunt?", por el "¿dónde están?", tendría que llegar a la sencilla y fácil conclusión: Están lo que están, porque son los que, de verdad, tienen que estar.