jueves, 19 de junio de 2014

"HE COMPETIDO EN LA NOBLE COMPETICIÓN, HE LLEGADO HASTA LA META"
           “He competido en la noble competición. He llegado hasta la meta”. Esta frase de Pablo de Tarso podría aplicarse a cada uno de los que hoy celebramos el final de nuestra etapa laboral.
            Miramos al pasado y nos parece mentira lo pronto que han pasado todos estos años dedicados a nuestra querida vocación: la enseñanza. A veces, nos encontramos por la calle a algunos de aquellos primeros alumnos y nos cuesta trabajo aceptar que aquella señora o aquel señor que tenemos ante nuestros ojos,  hayan sido alguna vez esos niños o jóvenes que se sentaban en el pupitre y a los que intentábamos adentrar en los secretos de nuestra asignatura.
            Y ahora decimos adiós a todo eso. Decimos adiós a toda una vida entre pizarras, tizas, libros de textos, exámenes, evaluaciones, boletines de notas… Y en estos momentos se mezclan muchas emociones y sentimientos contradictorios. Sentimos añoranza por ese tiempo que se nos fue casi sin darnos cuenta y que jamás volveremos a recuperar; sentimos contrariedad por aquellos proyectos que planeamos y, por las razones que sean, nunca pudimos realizar; sentimos melancolía por aquellos compañeros que se fueron quedando en el camino, por aquellos alumnos que nos dejaron marcada su huella, por aquellos momentos en los que vivimos con intensidad lo más bonito de nuestra profesión: el éxito de nuestros alumnos.
            Pero también sentimos alegría por haber llegado hasta aquí, por haber sido capaces de alcanzar esa meta de la que hablábamos al comienzo; sentimos satisfacción por el deber cumplido, por el trabajo bien hecho, por la dedicación constante y sentimos un lógico orgullo por haber trabajado en una de las profesiones más dignas e ilusionantes que existen. Es verdad que muchas veces incomprendida, en otras no apreciada y, en más de lo que sería justo, denostada.
            Cierto es que no existe el profesor perfecto, como tampoco existe la perfección en ninguna de las actividades que realizamos los seres humanos. Pero los años de experiencia profesional me han demostrado que, salvo muy escasas excepciones, el profesor es un excelente profesional cuyo objetivo prioritario es procurar lo mejor para sus alumnos. Lo mejor en formación cultural pero también, y eso es lo más importante, lo mejor en valores.
            Decía hace ahora una semana Elías Py, uno de los compañeros que hoy se jubilan, en unas declaraciones a un medio de comunicación que siempre la profesión de maestro ha sido necesaria pero que, actualmente, resulta imprescindible. En una sociedad tan materialista, tan desigual, en la que el paro juvenil alcanza cifras escandalosas y los jóvenes se angustian ante el futuro tan poco prometedor que les aguarda, es verdaderamente imprescindible recuperar esos valores de justicia social, de solidaridad y de compromiso por transformar el mundo que nos ha tocado vivir. Y ahí la escuela y sus profesionales tienen una gran tarea que cumplir y un apasionante reto que lograr.
            Muchas veces la sociedad olvida un hecho fundamental e incontrovertible: la cultura nos hace libres. Hablamos mucho de libertad, se nos llena la boca de grandes palabras y no caemos en la cuenta de que el principio básico para conseguir hacerlas realidad es ser cultos.
Contaba mi abuela paterna, que se llamaba Ramona y era una campesina analfabeta, nacida en Morón, que, cuando ella era pequeña recordaba cómo, cuando había elecciones, los señoritos de los cortijos les daban a sus trabajadores la papeleta con el voto y un duro de plata. De esa manera tan burda compraban su ignorancia. Desde que entré por primera vez en un aula me hice la firme promesa de que a ninguno de mis alumnos nadie le comprara su voluntad por un miserable duro y para ello había que convencerlos e ilusionarlos en que adquirir cultura y formación era la mejor conquista que podían alcanzar.
            Y puedo asegurarles que yo no soy ninguna excepción y que ese ha sido el mismo objetivo que cada profesor o profesora se ha propuesto a lo largo de su vida y se seguirá proponiendo. Cambiarán los tiempos, los partidos políticos, los sistemas educativos, pero siempre habrá en cada aula de este país y del mundo, un profesional preparado, animoso y lleno de ilusión por hacer bien su trabajo y conseguir que sus alumnos saquen al exterior lo mejor que cada uno de ellos lleve dentro.
            Emilio Flor lo sabe muy bien pues para ello es un experto en el latín. Educar, según su significado etimológico, significa “sacar fuera”, hacer que todas esas cualidades que las personas tenemos se manifiesten, sacar lo mejor de cada uno, hacernos un poquito mejores cada día. No me digan que no es una tarea apasionante e ilusionante y que merece que toda la sociedad la apoye, la valore, la mime y la dignifique. Nosotros, los que nos vamos, no lo disfrutaremos en primera persona porque ya no estaremos a pie de obra, pero los que se quedan, los profesores jóvenes que han iniciado hace más o menos tiempo su andadura en los centros educativos, lo necesitan. Necesitan que vosotros, padres y madres, estéis a su lado, comprendáis su trabajo y valoréis ante vuestros hijos la labor que, día a día, ellos realizan.
            Me gustaría acabar estas palabras tomando prestada la letra de una canción que se llama “Luz de septiembre” y que es un sencillo homenaje al maestro jubilado. Su autor es Daniel Altamirano y creo que es un bonito remate poético a esta sencilla intervención que he realizado en nombre de mis compañeros a los que, desde aquí, agradezco la deferencia y la confianza que han depositado en mí para convertirme en su portavoz, lo que para mí ha sido un honor y una satisfacción.
           
Lo imagino rodeado de palomas muy blancas,
caminando despacio, pensativo tal vez.
Con un libro en las manos, sereno y solitario,
jubilado y humilde como siempre lo fue.
A su lado, mi alma descifró tantos signos,
modulé, deletreando, la palabra DEBER.
Y crecí desde adentro hacia todos los rumbos,
y me fui por el mundo con sus libros de fe.
Era niño, el asombro de la vida en mis ojos,
yo traía el deseo de saber, de aprender.
Observando su rostro, su actitud ante el mundo,
la palabra JUSTICIA se hizo carne y raíz de mi ser.
Hoy resulta que vuelvo hacia atrás la mirada,
a la extensa distancia del tiempo en que partí,
aún le sigo escuchando, como un canto lejano:
"Haz el bien, canta y sueña, piensa y siembra el saber”.
Lo imagino rodeado de palomas muy blancas,
lo recuerda mi niño desde el hombre que soy.
Qué poquito homenaje para quien me dio tanto,
mi maestro, este canto  le dedico yo a usted.
Para usted, mi maestro, le dedico este canto,
la canción más hermosa que ha nacido en mí.
La canción, son los años de niño adolescente,
de libros y deberes, de tizas y de ilusión.


viernes, 6 de junio de 2014

El próximo día 24 de junio s las 20'30 se va a presentar en la Fundación Rafael Alberti mi libro Desde lo hondo. Un libro de poemas en el que se recoge mi experiencia y mis vivencias después de casi veinte años trabajando en la Pastoral Penitenciaria en Puerto I y Puerto II.