sábado, 17 de agosto de 2013

EL VALOR DE LA VERDAD


Según los más elementales tratados de lógica la falacia es cualquier forma de argumentación que encierra errores o persigue fines espurios. 
Esta definición, claramente muy genérica, hace que con el término falacia se pueda clasificar una gran y variada cantidad de este tipo de razonamientos basados fundamentalmente en el engaño. Por eso, voy a dedicar estas líneas a hablar de aquellos falsos argumentos que se emplean intencionadamente para engañar o desviar la atención. Y más en concreto, de aquella falacia que consiste en desacreditar una opinión  o un testimonio por la condición social o el desprestigio moral que pueda tener ante los ciudadanos quien lo realiza.
Todos hemos visto, en alguna ocasión, la consabida escena de una película en la que, en medio de un juicio, determinado abogado o fiscal se dirige al jurado para decirle: "¿Cómo vamos a creer lo que nos dice el testigo cuando todos sabemos que ha estado en la cárcel?" o bien: "¿Podemos darle crédito a las palabras de esta señorita que, es más que conocido,  ejerce la profesión más antigua del mundo?" Es decir, que ser prostituta te invalida automáticamente para poder decir la verdad o tener antecedentes penales te convierte en mentiroso oficial.
Esta falacia, tan conocida y tan utilizada, se ha vuelto a poner de moda en la actualidad gracias al mundo de la política. No se trata de encontrar argumentos para invalidar o contrarrestar las opiniones del adversario sino de desacreditar dichas opiniones buscando algún dato biográfico o alguna metedura de pata del oponente para demostrar falazmente su error.
Hablemos del caso Bárcenas. Como es lógico, no voy a ser yo quien aclare lo que se esconde tras tan enrevesados conflictos y tras la maraña de declaraciones, documentos y cuentas bancarias. Quiero solo referirme a cómo se está utilizando la falacia para convencer a los ciudadanos de la inocencia del señor presidente del gobierno y de la culpabilidad del extesorero del Partido Popular.
Una falacia que nos pone en la disyuntiva de creer a todo un presidente o a un presunto delincuente. Está claro que yo no sé quién es culpable o no en este caso. Pero también está muy claro que nunca puede ser un argumento para imputar o exonerar a alguien de un delito su posición social o su trayectoria profesional. Más de una vez la historia nos ha dado casos en los que se demuestra que esto no es así. 
Por eso, me indigna que se intente trasladar a la sociedad esa falsa argumentación; que se pretenda hacernos creer que los presidentes no mienten y que los que están en la cárcel son unos mentirosos; que se nos insista en hacernos comulgar con la rueda de molino de que la verdad solo puede estar en boca de determinadas personas, mientras que otras están invalidadas de por vida para decirla.
Yo no sé quién dice la verdad, como no la sabe la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos. Pero tampoco estoy dispuesto a que, desde el poder, me digan a quién tengo que creer y más, cuando lo hacen utilizando medios y recursos falaces.
Como escribió Antonio Machado en su libro Juan de Mairena: "La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero."

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