Ayer,
martes 20 de agosto, acabé mi tratamiento de Radioterapia, después de
39 sesiones con sus correspondientes viajes a Algeciras. En estos
momentos, me siento al final de una etapa que parecía tan lejano allá
por el mes de junio. Y me siento feliz por muchos motivos. Feliz, por
haber superado estos meses tan duros y tan difíciles. Feliz, porque,
depués de este tiempo, me encuentro muy bien tanto
física como anímicamente. Feliz, porque he sentido cerca el cariño de
mucha gente que ha estado a mi lado y se ha interesado por mi evolución.
Feliz, porque la enfermedad me ha hecho tomar conciencia de mi
debilidad y de mi fragilidad como persona y de la necesidad que tengo de
sentir el aliento y la cercanía de los demás. Feliz, porque he podido
discernir quiénes están ahí en las duras y en las maduras y quiénes son
solo comparsas y personajes secundarios en el teatro de la vida.
Gracias a todos, a los presentes y a los ausentes; a los constantes y a
los discontinuos, en incluso a los esporádicos; a los cercanos y a los
lejanos; a los jóvenes y a los viejos; a los de toda la vida y a los más
recientes.
Gracias a mi familia, sois mi mayor tesoro. Ya lo sabía
pero, en esta ocasión, me lo habéis vuelto a demostrar. Y, sobre todo,
gracias a Nati, siempre ahí, como María, al pie de la cruz, sin fallar y
sin desfallecer. Animando, alegrando, acompañando... Puede resultar
paradójico pero la enfermedad nos ha hecho unirnos más como pareja.
Tantos viajes diarios a Algeciras han servido para regalarnos muchas
horas de intimidad y de la famosa "soledad de dos en compañía". ¡Cuánto
tiempo para hablar, proyectar, recordar, reír, llorar y... rezar!
Como dice la frase tópica, hoy es el primer día del resto de mi vida. No sé cuánto durará. Pero, acaso ¿alguien lo sabe?
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